sábado, 4 de enero de 2014
texto machista de la Asociación de Padres de Familia de Sonora Si tan sólo las Esposas supieran...
Si tan sólo las Esposas supieran...
Sin duda, muchos hombres han pensado alguna vez: "Si tan sólo mi esposa supiera cómo me
siento cuando ella hace o dice ciertas cosas..." Con demasiada frecuencia el varón, en sus
intentos de comunicarse, se ve bloqueado por ciertas realidades biológicas, corrientes
emocionales interiores, y aun la influencia de las circunstancias. En la expresión verbal, la mujer le
lleva cierta ventaja, porque su cerebro es ágil en la tarea de armar frases y usar el vocabulario.
Además, la expresión verbal de la mujer tiende a reflejar sus percepciones emocionales en
grado mayor que en el caso del varón.
Por eso, posiblemente uno de los mensajes más urgentes que el esposo quisiera darle a su
amada es: "Te ruego que procures no hablar bajo el influjo de tus emociones alborotadas".
Es cierto que esto se aplica a ambos, pero la preferencia estadística indica que la mujer es
más vulnerable que el hombre en este punto.
Las emociones y sentimientos son parte legítima y necesaria de nuestra vida interior, pero
por su naturaleza variable, no son guías seguros de nuestra conducta. Las marejadas
emocionales suben y bajan; las corrientes de nuestras emociones son a veces fuertes y
profundas; otras, débiles y superficiales, o frías, o cálidas. Nada que flote en ese oleaje se
mantiene fijo. Todo va cambiando, a veces con gran rapidez, y los esposos no siempre han
desarrollado, como los zambullidores de Acapulco, la facultad de juzgar el ritmo de las
olas.
Supongamos que un esposo vuelve un día de su trabajo, y su esposa, al verlo, le grita: "¡Yo
ya no soporto más esta situación! ¡Y tú no haces nada por solucionarla!"
La cara de enojo, los ademanes agitados, los ojos desorbitados, todo ello hace pensar que la
esposa está por irse de la casa y pedir el divorcio. La respuesta instintiva del varón,
determinada por su perfil hormonal, es prepararse para la lucha, y contraatacar mientras
todavía tiene oportunidad de hacerlo. Herido en su orgullo, no se acuerda de que valdría la
pena hacer algunas preguntas antes de reaccionar. Por lo tanto, responde, con voz también
airada: "¡Pues si quieres irte, ahí está la puerta!" Y el escenario queda listo para una batalla
campal, que bien podría culminar en un rompimiento definitivo.
Pero sucede que la causa de la frustración de la esposa no tenía nada que ver con su
relación matrimonial. La llave del agua que ella usaba para regar el jardín que mantenía en
el patio de atrás, se había roto. Durante semanas había tenido que llenar baldes con el agua
de la llave ubicada junto a la entrada principal de la casa. Le había pedido a su esposo
varias veces que le arreglara el problema, sin resultado alguno. Hoy, día caluroso de
verano, la situación se tornó especialmente molesta y le colmó la medida, llevándola a
estallar en demostraciones de impaciencia a la llegada de su esposo.
El problema, visto en forma objetiva, era de importancia relativamente pequeña. Pero las
emociones de la esposa, el disgusto del pesado balde y el recuerdo de la indiferencia
aparente del esposo, la hicieron reaccionar como si el problema fuera algo de vida o
muerte. Cuán importante es que la esposa y madre sepa controlar sus estados anímicos, y
nunca permita que sus emociones, variables e inconstantes, controlen sus decisiones ni su
conducta.
Esto nos lleva a un secreto que quizás los varones no queremos compartir con nuestras
esposas, pero que es necesario que ellas lo sepan. Lo expresaremos en las siguientes
palabras: "Quiero que sepas cuán fácilmente nos transmites, a mí y a tus hijos, tus estados
emocionales. No tengo defensa contra el impacto de tus descargas emocionales. Tu sonrisa
de amor y aprobación es el pan que nutre nuestro espíritu. Tu paciencia y sacrificio diario,
es el incienso de grato aroma que perfuma el ambiente del hogar. Tu sabiduría, tu juicio
claro y misericordioso, son la luz de nuestras almas".
La esposa y madre es la generadora de las corrientes emocionales que se manifiestan en el
hogar, en la relación familiar. Desde antes de su nacimiento, los hijos están íntimamente
vinculados con su madre. En su regazo aprenden a reír, a gozar y a llorar. Cuando la madre
ríe, la criatura ríe con ella. Cuando el rostro de su madre está serio, la carita del bebé se
ensombrece. Los hijos son un espejo fiel de las emociones de la madre.
El esposo, no por ser adulto logra independizarse del todo de este hechizo maternal. La
esposa, por ser mujer, nunca deja de tener algo de madre a los ojos de su esposo. Por eso,
sus emociones resuenan poderosamente en el corazón de su compañero. De ahí que,
además de los mensajes que ya hemos visto, hay que añadir éste: "Amor mío, cultiva tu
dominio propio". Desde luego que el propósito de este ruego no es permitirle al varón
ofender a su esposa sin cosechar las consecuencias. Por el contrario, es para que en la vida
de la esposa y madre se cumplan los exaltados propósitos del Dios que le dio el ser.
Para que la madre cumpla una obra así, necesita el dominio propio. Es la fuente de la
paciencia, esa virtud tan indispensable en madres y maestras, y también de la madurez
emocional. Dios, el Autor de la maternidad, no deja a la mujer librada a sus propios medios.
Su Santo Espíritu está dispuesto a generar sus frutos en el corazón de cualquiera que se
entregue a él. Según el apóstol San Pablo, en Gálatas 5:22 (NRV), el fruto del Espíritu es
"amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio
propio".
El desarrollo del dominio propio no es, entonces, tarea imposible. Es el privilegio de quien
confía en el poder divino obrando en su corazón. Un anhelo más de muchos esposos, que
tiene que ver con la esposa, es el siguiente: "Amada mía, te agradeceré que siempre te
preocupes de tu apariencia personal, presentándote tanto en el hogar como en público en
forma digna y de buen gusto".
Es comprensible este anhelo del esposo. Después de todo, su esposa es "su media naranja".
¿Y a quién le gustaría tener una mitad desaliñada y poco atractiva? En el arreglo personal
de la esposa, el buen gusto es esencial.
Algunas reglas generales: evite los colores chillones, la ropa muy ceñida, el cuero excepto
en zapatos y ropas de abrigo. Ponga atención a su complexión al escoger los colores de su
vestimenta. Si usted es de baja estatura, evite la ropa de corte cuadrado, y los géneros con
grandes flores o barras horizontales, porque la harán verse aún más baja, y más gruesa.
La verdadera elegancia se basa en la sencillez. Evite el recargo de adornos. El uso
exagerado de elementos como encajes, vuelos, botones o cintas, deja una impresión de mal
gusto en el ánimo de los demás. Por último, el varón sabio que ve que su esposa se
preocupa demasiado de su arreglo personal, pensando que su único atractivo son los
vestidos y el adorno exterior, debe animarla a que cultive sus gracias interiores, su
inteligencia y cultura, y a que desarrolle una personalidad equilibrada y madura. Estos
atractivos, invulnerables al paso de los años, al avanzar en edad se van perfeccionando y
extendiendo hasta rodear a la persona de una atmósfera de gracia y simpatía que le presta
una atracción innegable.
Por otro lado, hay mujeres que llegan al matrimonio con amargos recuerdos de la forma
como fueron tratadas por algunos varones importantes en su vida. Algunas vieron a su
padre tratar a su madre con crueldad. A veces el maltrato también las alcanzó a ellas. Otras
recibieron malos tratos de sus hermanos, o fueron víctimas del abuso de familiares o
amigos de los padres. Después se casaron, y toda la hostilidad y amargura que habían
reprimido, la proyectan ahora sobre el hombre que comparte su vida.
Algunos casos de proyección emocional son tan severos que destruyen la relación en forma
permanente. La mayoría no alcanzan a eso, pero su impacto basta para hacer miserable la
vida de la pareja. La mujer que siente que en su corazón surgen los celos, la hostilidad o el
odio contra su esposo sin que haya una causa real que justifique su actitud, tiene el deber
solemne y sagrado de investigar su pasado, hasta descubrir qué papel simbólico está
desempeñando su esposo. Es decir, a quién le recuerdan su presencia, sus maneras, gestos y
conducta. Al descubrir la realidad que se oculta tras el símbolo, podrá orientar sus
sentimientos hacia el perpetrador real de la ofensa, y no continuará haciendo que el esposo
pague culpas ajenas.
Por último, un deseo que no todos los esposos pueden verbalizar, pero que si no se cumple,
el impacto se deja sentir. Dice: "Recuerda, amada mía, que nuestra unidad es una
experiencia progresiva, que debe irse perfeccionando con el paso del tiempo. Si no
invertimos el tiempo y esfuerzo necesarios para cultivarla, nos iremos separando poco a
poco, y nuestros años de la edad madura serán una experiencia de soledad antes que
compañerismo. Nuestra unidad depende en gran medida de hasta qué grado te permitas ser
mía".
Amiga lectora, no eches en saco roto este ruego. Desde luego, para consolidar la unidad de
una pareja se necesita el esfuerzo combinado de ambos cónyuges. Pero los estorbos más
frecuentes son las culpabilidades, hostilidades o insatisfacciones que, por no ser
reconocidas en forma consciente y lógica, se convierten en obstáculos para su entrega; son
una grieta que puede agrandarse hasta causar divisiones desproporcionadas entre los
cónyuges. Si no se los reconoce como amenazas y se los rechaza con toda seriedad y
energía, impedirán la entrega sin reservas, que es el fundamento de la unidad total y
perdurable.
Es nuestro deseo que al darle voz a los anhelos y opiniones que muchos esposos no saben o
no quieren expresar, se abran ante ustedes.
Amigo y amiga, nuevas avenidas de comunicación cortés, considerada y constructiva, que
despejen las sombras y llenen vuestra relación con la luz y el amor del amante Padre
celestial.
Escrito por: Lic. Uzziel Barqueiro Luis, Capacitador AEPAF Sonora
Hermosillo, Sonora. 27 de agosto de 2013
http://www.aepafsonora.com/archivos/765.pdf
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